LA CALLE ALMERÍA
Allá, en la Montevideo de los sueños de adolescente hay una calle cuyo nombre debió, de alguna manera, ser el imán que me acercaría a esta tierra tan extraña con su aridez y sus ganas de ser.
Está en un barrio donde el verde del césped de las plazas y de los jardines, se matiza con los colores de los columpios y de las flores.
Desde esta tierra sedienta sigo con el pensamiento el trazado de Almería, la calle que hoy imagino más hermosa que ninguna, envuelta en un embriagante despertar de madreselvas y jazmines del país.
Naciendo en Santiago del Anca, Almería corre paralela a la rambla hasta Concepción del Uruguay, donde olvida esta otra Almería mediterránea cubierta de plásticos e historia y desde la que hoy volví a descubrirla, para envalentonarse creyéndose cumbre en Aconcagua.
Barrios Malvín, Punta Gorda y Carrasco, reminiscencias de tiempos que ni yo ni los vecinos de aquella Almería volveremos a vivir, porque son ofrendas a la memoria de un Montevideo que se hizo grande atesorando recuerdos.
En la Parada de Almería podíamos subir a uno de los viejos troleys de las líneas 60, 62 o 68 hacia Buceo y desde éste seguir rumbo al Centro, Sayago...
¿Cuántos años hace ya que el 60 tuvo el privilegio de hacer el último viaje, el del adiós para una parte de la vida de muchos y cuántos, que ya el trazado de las líneas eléctricas y los mismos rieles desaparecieron de Dieciocho?
En la esquina de Hipólito Yrigoyen y Almería hay un Devoto, el primero de los supermercados de la cadena cuando aún Yrigoyen era Veracierto y después que el comercio dejó de ser Moonie Times.
Algún nostálgico aún recordará el cine Maracaná y la pizzería Papaso rivalizando con la Rodelú de Malvín.
Yo..., yo desde esta otra Almería, la que abrazan montaña y mar, cierro los ojos y me atrapa una postal, esquina de alta pared blanca sobre la que se desploma, como flequillo rebelde, una enredadera de hojas verde fusco en una fresca mañana del mayo austral.
Graciela Vera
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