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UN DOMINGO EN LA CORTE DE ABDERRAMAN III

UN DOMINGO EN LA CORTE DE ABDERRAMAN III

La invitación era tentadora: conocer la fortaleza que el primer califa de Al-Andalus -Abd Al-Rahman III, conocido en la historia por su nombre ya españolizado Abderraman III , mandó construir en el año 955 cuando concedió la categoría de madina a la población que hoy conocemos como Almería.

La historia nos dice que La Alcazaba no fue la primera construcción defensiva ubicada en este lugar; es más, ésta se edificó sobre las ruinas de una fortaleza anterior, con tal acierto que bajo su protección Almería se convirtió en el puerto marítimo más importante de Al-Andalus, cuartel general de la flota omeya y de su almirantazgo donde la misma protección recibida permitía la construcción de grandes navíos de guerra sin sufrir el escarnio de los piratas que azotaban las costas mediterráneas.

Nos dispusimos a iniciar el paseo desde la Plaza Vieja, junto al Monumento a los “Coloraos”, que, frente mismo al Ayuntamiento de la ciudad nos recuerda la gesta histórica de unos hombres liberales los cuales, identificados por sus casacas rojas, fueron fusilados en agosto de 1824 cuando desembarcaran en las playas almerienses para proclamar la libertad contra el mandato de Fernando VII, en defensa de la Constitución de Cádiz del año 1812, conocida como la Pepa por haberse proclamado el día de San José.

Pero esta es la Almería cristiana, reconquistada por Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, consolidada el 26 de diciembre de 1489 cuando los soberanos le hicieran entrega del Pendón de sus Armas Reales y yo, creo escuchar aún en estas callejas que se empapan de tanta historia, el primer grito de: “Almería, por los reyes católicos”

Por los arcos porticados de la fachada principal del ayuntamiento pasamos al barrio de la Musalla, no sin antes inquirir, sin éxito, la altura de una esbelta palmera, digna de mejor atención y, ¿porqué no? mención en la presentación turística de la ciudad.

Siguiendo el recorrido ascendente de tortuosas calles nos vamos acercando a las escalinatas que nos llevarán al primero de los recintos amurallados. Estamos en la primitiva medina. Los guías que nos acompañan nos explican que La Alcazaba posee 1430 metros de perímetro amurallado, resultando ser la fortificación musulmana más grande que se conserva en España.

La fortaleza, reconstruída en buena parte, se ubica en un cerro aislado que domina la bahía; consta de tres recintos, los dos primeros de la época musulmana y el tercero construído luego de su conquista por las huestes de Isabel y Fernando.

Me impactó algo que leí, escrito por al-Udri (1003-1085) uno de los innumerables poetas del Califato de Córdoba: "No se asciende a su alcazaba si no es con fatiga, ni se trepa hasta ella si no es con pena; es sólida en su aspereza, extraordinaria en su inaccesibilidad".

Siento que la historia me atrapa y me retrae en los siglos; quizás sea leyenda, quizás realidad… grita una mujer reclamando a su hijo… de las humildes viviendas que parecen resbalarse por el barranco las gentes huyen rumbo a la fortaleza. Deberán entrar antes de que cierren las gigantescas puertas para quedar protegidos de los piratas cuyas naves asoman en el horizonte.

En el primer recinto se van acomodando las familias. Allí están también las huestes que defenderán a la joven medina, deseada por su ubicación que la hace privilegiada, por la riqueza que sale de los telares que trabaja su pueblo y de los que emanan metros y metros de brocados y sedas codiciadas en todos los reinos; por el movimiento del puerto, el más importante del Mediterráneo y por la misma fortaleza que la hace casi inexpugnable.

La mujer toma de la mano al pequeño y lo arrastra hacia los altos muros que se abren en un arco, en una esperanza de salvación. Aferrándose a los pedruscos, por escalones mal construídos, que no se parecen a éstos que hoy subimos cómodamente, la madre alcanza la doble entrada. Casi al límite de sus fuerzas se dirige hacia uno de los aljibes que proporciona agua a los ahora sitiados.

El grupo que me acompaña cruza bajo un arco en forma de herradura, una torre casi albarrana; son tres puertas que atravesamos para llegar a lo que hoy día son hermosos jardines de estilo musulmán.

El tiempo no ha sido benigno y solo rescata de ese pasado, el aljibe junto al que la mujer descansa luego de saciar su sed. Un hombre viejo aguanta una lágrima; está acostumbrado a perder sus pertenencias cuando el pueblo es atacado. Muchas hordas piratas se cebaron en estas costas, ricas en minerales y en mano de obra.

Quizás éstos que se acercan sean de origen berebere, mercenarios de religión musulmana, pero no de raza árabe, provenientes del norte de África. El hombre viejo recuerda que en una de sus incursiones se llevaron a su mujer, a su hijo y a su nuera. Mira el cielo, está oscureciendo… busca un sitio para pasar la noche.

Nosotros, los que vivimos este día de sol, admiramos las rosas rojas, rosadas y blancas que adornan los jardines, oímos el agua correr por el centro de las escalinatas nuevas que nos ayudan a ascender hacia la “Torre de la Vela”, muro de construcción cristiana, donde se encuentra la ‘Campana de la Vela’ que por el año 1.765 el rey Carlos III hizo colocar para fines tan importantes como dar la voz de alarma en caso de peligro, anunciar cuando salían o volvían los barcos de la mar o señalar los turnos de regadío de los agricultores.

La terrible noche que viven aquellos habitantes de hace casi mil años se transforma ante nuestros ojos en una hermosísima vista de la ciudad moderna hacia el sur o, si nos vamos al otro extremo, el paisaje del Barranco de la Hoya por donde serpentea la muralla de Jairán, nombre del rey moro que inició su construcción a principios del siglo XI, la que fue finalizada por su sucesor en la época de los reinos de Taifas. (la muralla se extiende hasta el Cerro de San Cristóbal)

El grupo se perdió detrás de los altos muros, ha pasado al segundo recinto. Yo me quedo un rato más en éste.

Sentada en lo alto observo hacia la parte más baja las mantas bajo las que se cubren mujeres y niños, que comienzan a moverse, despiertos éstos por los primeros rayos de sol. Los hombres del Califa y los del poblado han permanecido alertas, atareados en la preparación de la defensa.

En enormes calderos calientan hasta el hervor aceite y agua que derramarán sobre quienes intenten escalar la fortaleza. Grandes piedras y montones de flechas son sus armas defensivas.

En la costa, más allá de unas tierras labradas y unos rebaños de ovejas veo también movimiento. Los piratas han desembarcado y se deslizan entre las casas saqueándolas, incendiando y matando.

El humo no me deja ver más allá… sacudo la cabeza y vuelvo a este tranquilo domingo de sol. Sigo viendo humo, pero ahora es el que arrojan las chimeneas de los barcos que unen diariamente Almería con las ciudades de Melilla y Nador, en la costa africana. En algún sitio las campanas de una iglesia llaman a misa.

Quiero cambiar de escenario. Al atravesar el arco que me lleva al segundo recinto sacudo de mi mente las escenas de barbarie; cambio de siglo y me encuentro en un área palaciega, suntuosa, llena de vida y arte.

Baños públicos y privados, casas, cuadras, hornos, aljibes y como disfrutando y protegiendo todo aquello un suntuoso palacio con sus accesos fortificados y un patio central con fuentes donde salta, corre, desborda, el más preciado tesoro de los musulmanes: el agua.

Es un exquisito palacio mandado construir por el rey Al Mutasim en el siglo XI y donde se reúnen poetas, escritores, médicos, científicos y filósofos, flor y nata de las artes y las ciencias de la época.

Bellas mujeres danzan junto a las fuentes y el Califa que disfruta de la música, el clima y la prosperidad alcanzada en las tierras conquistadas a partir del año 711, se recuesta a un ventanal para mirar más allá del horizonte. En pocos minutos llamarán a oración.

La voz de los guías me vuelve a la realidad. Nos dicen que por aquella época Almería era la tercera ciudad más poblada de la Península después de Córdoba y Toledo; una ciudad industrial donde funcionaban más de 800 telares y desde el puerto se comercializaba con un importante número de países. Sin lugar a dudas, la España musulmana fue una España rica y próspera.

Este recinto es el que habitaban los reyes, sus servidores y los soldados. Aquí se levantaba una pequeña medina. Hoy solo vemos ruinas en lo que fuera el suntuoso palacio, recatadas las fuentes, los aljibes califales, y reconstruídas algunas viviendas.

Las ruinas nos entristecen. Destruída por terremotos y abandonada por la desidia de los gobernantes, La Alcazaba solo permite recrearse en su belleza a quienes disfrutan del don de la imaginación.

Donde estaba la mezquita, los Reyes Católicos hicieron construir una ermita en la que se venera a San Juan Evangelista. Su estilo mudéjar no nos deja dudas sobre su origen.

Queda poco para ver, se conservan restos del ‘Mirador de la Odalisca’ que nos invita a soñar con la leyenda.

Cuentan las paredes que aún se conservan en pie, y los vientos que llevan su lamento hacia la eternidad, que por esta ventana intentaba huir un cristiano, ayudado por la esclava preferida del rey Al-Mutasím que se había enamorado de él. Sorprendido por la guardia real, el joven prefirió dejarse caer al vacío a ser nuevamente esclavizado. Pocos días después, y de pura pena, la bella odalisca también moriría, recostada sobre el alfeizar de la ventana, la única que aún se conserva en nuestros días, como inmortalizando la tragedia de aquel amor.

Quiero volver a la época real, dejo que se difuminen las chirimías y los suntuosos tapices que cubren los muros, y cuando creo estar nuevamente en el siglo XXI, salta a nuestro paso un mozo, ayudante de las cocinas. Dice que va a comprar al mercado algunos productos que su madre, cocinera de palacio, le ha encargado y, subido sobre los muros derruídos nos pide que cuidemos de no caer en una gran fuente que está delante de nosotros.

Miramos la tierra reseca, sonreímos pero uno por uno, esquivamos aquella supuesta obra arquitectónica.

Por un momento creo que estoy aún viviendo de la historia pero el joven se acerca y estira sus manos para enseñarnos cuatro monedas de la época. Es de carne y hueso, forma parte del espectáculo, y yo me pregunto ¿hay espectáculo realmente en tantos siglos vencidos a nuestros pies?

El grupo está ya en el tercer recinto, el que se construyó por orden real después de la derrota de los moros. Está separado del segundo por un foso; Es como pequeño castillo dentro de una fortaleza musulmana, con su patio de armas, su polvorín, su torre de los homenajes. Es el que mejor se conserva y aunque algo deteriorada vemos una puerta decorada con el escudo de los Reyes Católicos.

Es el recinto más alto y quizás por ello, del que podemos observar las más bellas vistas de la ciudad y sus alrededores: la muralla, el barrio de La Chanca, el puerto, la ciudad que al estirarse va cambiando sus calles angostas por avenidas y jardines amplios.

Este recinto, que debería ser el que me une al presente cristiano que vivo no me detiene; hay cierta frialdad en las piedras conque se construyera, falta quizás el amor por las flores, por la poesía, por el agua, por la belleza como belleza.

Quizás sea la intransigencia que destruyó aquel reino próspero lo que se palpa en él. Aquí, no encuentro sueños ni veo trovadores cantando a su dama; quizás en otra visita encuentre aquí caballeros y soldados contándome leyendas ocultas en torreones y puentes levadizos.

Al retirarme cruzo nuevamente por el Palacio Real y creo ver correr junto a sus muros mujeres de rostros ocultos, hombres leyendo, amigos platicando, una cultura cuya importancia nos legó parte de lo que hoy somos.

 

 

Graciela Vera

Almería, en el sur del norte, octubre de 2003

1 comentario

Silvia Alonso -

Mi abuelito nació en Almería. Siempre me contaba de su casa y ahora ustéd me hace revivir todo lo que el, si viviera, estaría muy contento de que yo le leyera. Muchas gracias señora.
Silvia Alonso
La Coruña