EL CASTILLO DE SAN FELIPE DE LOS ESCULLOS
UNA MAÑANA DE HACE CASI TRESCIENTOS AÑOS
El sol apenas se anuncia con un suave resplandor.
Los escollos impiden al barco acercarse a tiro de fusil del baluarte que protege las costas en las que se suceden acantilados y ensenadas de suave arena.
Desde el castillo de San Felipe se da la voz de alarma. En el mástil mayor se ve flamear la bandera negra de la piratería.
Acaba de amanecer y las mujeres y algunos pocos niños, familiares de los soldados que defienden el castillo, van mutando los rasgos del sueño por los del terror que se refleja en sus rostros mientras, apresurados dejan sus hogares para protegerse detrás de los gruesos muros de piedra.
Saben que cuando regresen al humilde poblado no hallarán allí más que cenizas. Están demasiado acostumbrados a la muerte y conocen de sobra la refinada crueldad con que matan los piratas.
Un soldado ha salido del fuerte y en una altura enciende una inmensa hoguera. Su resplandor no deja lugar a dudas a los bandidos. Los de tierra están prevenidos y avisan de su llegada.
Hay una cadena de torres desde las que se vigila la costa y en el Torreón de Lobos han avistado ya la hoguera encendida en San Fernando y a la vez encienden presurosos los maderos previamente amontonados para hacer la señal a los hombres que defienden el Torreón de Mesa Roldán y la Torre de Cala Higuera.
En esta conexión visual participan Vela Blanca, De la Testa, el castillo de San Miguel en el mismísimo Cabo de Gata y, en la costa que se extiende hacia Almería, desde Torre García avistan el fuego y pasan el aviso para que los que están en la Torre del Perdigal, como último eslabón, lo hagan llegar a la guarnición de La Alcazaba.
¡Vienen los piratas!
Poca defensa pueden ofrecer, librados a su suerte, los tres o cuatro hombres de cada bastión.
En el castillo de San Felipe de los Escullos todo es movimiento. De los seis soldados de caballería cinco están ya montados, escuchan al Cabo que no deja de dar órdenes. Su cometido es detener a los bandidos en la misma playa más las posibilidades de tener éxito son muy pocas.
El sexto soldado de la guarnición está en cama aquejado de fiebre pero a pesar de su debilidad lo vemos tratando de levantarse para vestirse y apoyar a sus compañeros. Por esta vez será otro de los escasos defensores que quedarán en el baluarte.
El encargado del almacén ya ha apilado la pólvora para los cuatro cañones de bronce y ha subido a uno de los torreones para ocupar su puesto. En la batería los artilleros están de pie junto a las piezas de 24 libras que defienden el castillo. Desde la boca de dos de ellas escapa un espiral de humo, pero el barco está aún demasiado lejos y las cargas se perdieron en las aguas de la bahía.
La población civil se ha refugiado en la capilla y el Capellán inició el rezo del rosario, las mujeres ruegan por sus hombres y por ellas mismas. Los piratas acostumbran hacer prisioneros por los que piden rescate pero ellos, sin familias acaudaladas que puedan hacerse cargo seguramente serían vendidos como esclavos.
No todos están atentos a las Ave María. La mujer de uno de los doce soldados de infantería que ya están formados para encaminarse al encuentro de los invasores siente el presentimiento de que su marido no volverá y quiere despedirse de él.
El sargento del pequeño destacamento, quizás porque sabe que el número de piratas los supera en mucho, quizas porque en Carboneras hay otra mujer esperándolo, detiene al Cabo que pretende impedir que la pareja se diga adios.
El hombre intenta tranquilizarla. Es un soldado y como tal cumplirá con su deber, por el Rey, por el reino de España y por el crío de ojos asustados que se prende a la falda de su madre sin comprender que es lo que sucede.
Una orden les vuelve a la realidad. La Compañía comienza a caminar, atraviesa la puerta y deja atrás la relativa seguridad del baluarte.
El puente levadizo se levanta y el foso separa al castillo de las tierras circundantes No han quedado muchos defensores en el interior, apenas un puñado de hombres que se cuentan con los dedos de una mano, un sacerdote viejo y una docena de mujeres y niños que rezan por que los refuerzos que suponen vendrán desde Nijar, puedan llegar a tiempo.
La nave de los piratas esquiva los escollos hacia la derecha. Ya están lo suficientemente cerca como para que desde la costa se escuchen sus gritos de ira. Todos saben que no se conformarán con saquear y hacer prisioneros: tienen sed de sangre.
A diferencia de los demás piratas del Mediterráneo, estos que atacan las costas de España son seres resentidos, gente que ha sido expulsada de sus tierras.
Los piratas argelinos o de Túnez no buscan las batallas. Saben que cuanta menos sangre hagan menos sangre les harán a ellos y por eso, dejamos para las películas esos ataques encarnizados para abordar y capturar barcos.
Eso sucedía en el Caribe pero negocio de los piratas mediterráneos es otro, es hacer prisioneros y pedir rescate o venderlos como esclavos.
Sin embargo estos piratas, los de más aquí, los que llegan a las costas españolas de Almería y Granada provienen de Marruecos, especialmente de Tánger y Tetuán. Tienen sangre española pero son expulsados o hijos de expulsados y sienten odio.
Para ellos el botín es sólo un motivo más. Son sanguinarios y quieren venganza. Aún se recuerda cuando desde la costa subieron hasta Turrillas y mataron a casi todos los cristianos de un lado al otro del pueblo. Sabían perfectamente a que casas tenían que ir, sabían quién vivía en cada sitio y cuando regresaron pasando por Tabernas, llevaban con ellos a trescientos moros cristianos.
El sol ya está alto. Por el lado de La Isleta se escuchan disparos de mosquetes y el rumor de la lucha cuerpo a cuerpo. Los piratas son muchos más. En la playa los cuerpos sin vida de tres cristianos con el uniforme de caballería descansan en paz. Dos de los soldados son víctimas de una atroz venganza pero no morirán. No hay paz para ellos. Sus vidas valen dinero.
Los soldados retroceden, el castillo se levanta a sus espaldas como única esperanza. Con los caballos en su poder los invasores parecen invencibles y cortan toda posibilidad de salvación pero no hay rendición. No hay diferencia en las sangres que se mezclan en el último aliento. La de los cristianos es tan roja como la de los infieles.
En la capilla una mujer siente que un acero invisible le atraviesa el corazón y con voz desmayada reza. ‘ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte’. El niño duerme en sus brazos.
UNA TARDE DE OCTUBRE DEL AÑO 2003
Doscientos cincuenta años y cuarenta y tres millones de pesetas después José Manuel López Marto de la Consejería de Medioambiente de la Junta de Andalucía nos abre los portones del Castillo de San Felipe de los Escullos.
Junto con los de Guardias Viejas, San Felipe, San Ramón en Rodalquilar y el de Garrucha el de San Felipe de los Escullos es uno de los cuatro castillos de construcción casi idéntica.
Es un castillo cuartel, un asentamiento militar cuya finalidad era la defensiva. En él convivían soldados de las tres armas.
Fue construído en la primera mitad del siglo XVIII. Se encuentra incluido dentro de una línea de vigilancia costera fundamental para la época y para el reino de España.
Prácticamente en ruinas fue reconstruído en el año 1991, cuatro después de que la zona del Cabo de Gata fuera declarada Parque Natural protegido.
Podemos observar con cierta fidelidad la distribución de las habitaciones; las del Comandante, la de los soldados, las caballerizas, la capilla, el almacén, el sitio que ocupaban las letrinas, que tenían caños que las conectaban a un pozo en las afueras del baluarte, todas dan a un patio cuadrado que comunica con las baterías.
El calabozo se encuentra junto a la puerta de entrada, diferente a la actual, ya que había un foso y seguramente un puente levadizo que la cerraba. En las paredes se ven los agujeros para las cadenas y los anclajes de los tornos y enseguida estaba lo que se llama una barbacana o sea un muro que servía para evitar ataques directos contra la puerta ya que para entrar había que acercarse por un lado.
José López Marto nos cuenta la historia del lugar con lo que nos permitió recrear la leyenda.
Y en un domingo de octubre del 2003, su historia también se remonta en los siglos y nos habla de años de situaciones muy inestables, cuando bandidos y piratas asolaban estas tierras del sur y la gente no se atrevía a crear pueblos ni a cultivar.
¿Cómo se vigilan estas tierras?, ¿cómo se protege esta gran extensión de costa que además tiene tantas montañas?
Hace la pregunta y nos da la respuesta.
En Níjar hay una Compañía pero está a 30 kilómetros, seguramente mientras se recibe el aviso y cuando los soldados llegaran aquí los piratas habrían tenido tiempo para entrar, saquear y salir.
El rey Felipe V comienza a fortificar la costa. Es un momento muy especial porque por entonces sus ejércitos atacan y ocupan militarmente Orán, en el norte de África. España necesita tener el paso libre y para poder pasar por el mediterráneo necesita que en Almería haya fuertes importantes.
El de mayor importancia será el de San José, donde hoy se ubica el pueblo de igual nombre. Junto al actual faro de Cabo de Gata estaba el fuerte de San Francisco, que era el que vigilaba la bahía y defendía la entrada de Almería.
Acá se daban situaciones particulares que debían ser erradicadas con la continua vigilancia, por eso la importancia y necesidad de estas fortificaciones.
Conocida como ‘la Lastra de Cabo de Gata’ una enorme piedra que se encuentra a unos quinientos metros de la playa y a cuatro de profundidad provocaba, irremediablemente el naufragio de todo barco que se acercaba a la costa por esa zona.
Antiguamente se encendían hogueras para avisar de ella pero los piratas tomaron esa idea para confundir a los navegantes que, engañados, conducían sus barcos directo hacia la piedra, chocaban y para evitar naufragar se acercaban a la playa donde eran atacados y saqueados.
Tenemos después del de San José y del de San Francisco como tercer fuerte en importancia el de San Felipe de los Escullos.
¿Y porqué el nombre de ‘los Escullos’?
Una historia geológica que se remonta a más de 4.000 años. Las dunas que se sumergen, el agua que actúa endureciendo la arena hasta hacerla una piedra, un nuevo movimiento de la corteza terrestre que hace asomar esas dunas ahora convertidas en acantilados y durante siglos el trabajo incesante de la misma agua y del viento desgastándola y al desgastarse rompiéndose en bloques que forman una sucesión de escollos que resultan en una defensa natural porque ninguna embarcación podría acercarse al fuerte por mar.
Pero no solo las naves mayores se ven imposibilitadas. A menos de un palmo de la superficie ya encontramos piedra. Ni una chalupa, menos los pesados botes de la época podrían llegar a la costa por aquí.
No podían hacerlo directamente pero sí podían desembarcar en las playas que se abren tanto a derecha como a izquierda de la zona de escollos.
Lo cierto es que el San Felipe está ubicado en un sitio relevante para defender una bahía donde podían refugiarse muchos barcos, junto a un pozo de agua. Estamos en una edificación muy importante en su época
Pero su construcción, aunque necesaria, no resultó fácil. El primer proyecto fue concebido durante el reinado de Felipe V pero recién en el reinado de Carlos III pudo concretarse.
El reino ha gastado demasiado dinero para conquistar Orán, en sus arcas no queda el suficiente para construir más fortificaciones, y la protección de la costa las reclama.
¿Un monarca sabio?, ¿un negocio real?
Se ofrecen ‘patentes de Capitán’ a la gente que quiera construir el castillo. Y fueron los Gómez Corbalán, una familia pudiente de Almería quienes tomaron la posta. Bernabé Gómez Corbalán propuso construir la batería a sus expensas y recibió por tal favor dos patentes de capitán de caballería, una para sí y la otra para su hermano Felipe que incluso llegaría a ser General.
Estaba latente la pretensión de que se creara un pueblo aprovechando los pozos de agua que había junto al mismo castillo y en la Isleta del Moro, pero solamente las familias de los soldados se asentaron en el lugar en casas de barro y de caña.
Los años pasaron. Los piratas desaparecieron. Llegó la invasión napoleónica, se luchó por la independencia y, fue en esa época que los fuertes costeros fueron destruidos sin que haya quedado muy claro si los ingleses los volaron para que no fueran ocupados por los franceses o fueron los franceses quienes lo hicieron para evitar que los ingleses se apoderaran de ellos.
Lo cierto es que no hay constancia de que en los ciento y pocos años que el castillo sirvió como bastión militar hubiera participado como testigo de algún combate importante lo cual no quita la importancia del mismo para proteger una muy amplia zona de costa.
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Elisa Gómez -