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EL MILAGRO ALMERIENSE ¿Será posible también en Uruguay?

EL MILAGRO ALMERIENSE ¿Será posible también en Uruguay?

¿Qué le falta al Uruguay para ser un paraíso de venturas?

Cuando se ha dicho hasta el cansancio que las guerras del futuro serán por el control del agua, cuando los desiertos avanzan sin que nada ni nadie pueda detener la erosión, nuestro país es poseedor del oro líquido del siglo XXII…, quizás ya sea un tesoro en el transcurso de éste.

El Uruguay en forma genérica y el departamento de Rocha en forma localizada, poseen importantísimas reservas de agua potable, en el subsuelo y al aire libre, propias y compartidas con Brasil.

No es posible recorrer el territorio uruguayo por más de una hora, sin tener que sortear algún caudal de agua, medianamente importante.

La red hidrográfica uruguaya es muy amplia; formada por caudalosos ríos, arroyos que en muchos lugares serían considerados ríos; por cañadas, lagunas, humedales que por su importancia han sido declarados por la UNESCO “reserva mundial de la biosfera”, todo un conjunto que hace que resulte inaceptable para quienes viven en lugares donde deben cuidar cada gota de agua para uso personal o para regadío, que en ese país de clima subtropical, que no conoce cataclismos que le afecten directamente (ni terremotos, ni huracanes, ni nevadas) ¡sus habitantes pierdan cosechas por culpa de “la sequía”!

Se están tirando al mar, diariamente, millones de hectolitros de agua dulce sin detenerse a pensar en que proporción afecta al ecosistema regional el desecamiento de la Laguna Negra.

Al respecto los uruguayos se han olvidado de pedir explicaciones, ya que el motivo inicial de esta poco feliz idea fue la de conseguir nuevas tierras para plantaciones de arroz. Lamentablemente para los intereses del país ¿o de los empresarios arroceros?, el limo que queda en los terrenos drenados tiene muchas propiedades pero ninguna compatible con este tipo de plantaciones y, con el desaguisado solo se ha logrado empobrecer un balneario que fuera pionero en la costa rochense.

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Hace algunos años llegando por tierra a la ciudad de Mendoza, en el centro oeste argentino, el ómnibus en el que viajábamos no podía prácticamente avanzar por la humareda que cubría la ruta.

Eran muchos los vehículos que por estas condiciones avanzaban lentamente y extremando las precauciones. En un principio pensé en un incendio o en un accidente.

El humo provenía de grandes tanques de combustible colocados en forma estratégica entre las plantaciones de frutales. Ningún conductor, ningún pasajero que veía retrasada su llegada a destino, se quejó de este hecho.

Mendoza está ubicada en una zona de temperaturas extremas, nieve, granizo y grandes heladas que, si como en el caso de referencia, llegan en primavera cuando los frutales ya tienen brotes, pueden llegar a destruir toda la cosecha.

Cuando hay peligro de heladas todo un ejército de trabajadores está “a la orden” y al primer aviso, se despliega para encender los fuegos y luego “abanicar” el aire caliente para que, circulando sobre los árboles no permita que el aire helado llegue a quemar las plantas.

Otra vez, también en Mendoza, me asombró observar como campos enteros eran “techados” por mallas para impedir que las granizadas afectaran las vides.

Y no pude menos que hacer una comparativa con Uruguay donde las heladas tardías pueden llegar a ocasionar pérdidas millonarias o, una granizada imprevista, sumergir en la desesperación a muchos productores.

Pero resulta ser que Mendoza también es un desierto y en la mayoría de sus ríos solo corre agua en las épocas de deshielo.

No es nada fácil encontrar aguas en el subsuelo ni cursos cercanos y sin embargo no falta el riego. Organizado, respetado, el funcionamiento es sencillo: el agua corre por las acequias y los productores en el orden que les corresponden y durante el periodo de tiempo establecido (tanda de riego) para cada uno, abren las compuertas que dejaran pasar el agua.

Allí en forma algo rudimentaria pero eficaz, contrarrestaban un clima mucho menos benigno que el del Uruguay.

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En esta otra parte del planeta, el desierto africano hace muchas décadas que cruzó el Mar Mediterráneo y comenzó a tragarse metro a metro al continente europeo.

En la provincia de Almería se extiende hoy día el mayor desierto de toda Europa. Zonas de aridez extrema que harían impensable el desarrollo medianamente exitoso de cultivos agrícolas.

Los escasos pozos de agua potable se salinisan día a día. El pantano (represa) que debería contener el agua de regadío de la comarca no tiene más que un poco de barro líquido.

La tierra fértil, tal como la conocemos en Uruguay, tierra negra que a su sola vista parece que debiera crecer de ella cualquier tipo de semilla, no la encontramos en estos campos. Aquí solo hay arenas, rocas y tierra muy pobre (inservible para que algo crezca en ella).

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Almería es conocida como “la huerta de Europa”, el mayor proveedor de productos agrícolas para la Europa central y del Este.

El “milagro de Almería” tiene una historia relativamente corta.

De ser una de las provincias más pobres de España ha pasado a ocupar en ingresos “per capita” de sus habitantes, un sitio entre las primeras.

Cuando llegué a Almería me chocó ver el hermosísimo, fascinante paisaje “roto” por unas extrañas (así me parecieron en ese momento) construcciones de plástico.

Debo aclarar que el desarrollo turístico es para mi muy importante y todo lo que pueda afear un paisaje es puesto en tela de juicio. Por eso mi primera reacción fue la de protesta ante lo que consideré era una agresión a la naturaleza.

Pasado el tiempo he aprendido a vivir con esas construcciones: son los invernaderos de Almería. He llegado a encontrarles una hermosura distinta a la que estéticamente estaba acostumbrada a buscar. Incluso he visto como llegan turistas de toda Europa interesados en verlos y no son solo los que traen el interés empresarial de conocer su funcionamiento.

Me cuentan que el desarrollo de este tipo de cultivos en arena surgió en forma casual.

Cansado de que las cosechas (tomates, melones y otras legumbres) que lograba en las pobres tierras de su cortijo eran por demás raquíticas o simplemente nulas, un campesino decidió sembrar en arena.

Así de sencillo, sembró…, regó…, regó… y recogió.

Estoy recordando lo que me han contado al respecto. Alguien con algunos estudios vio aquella plantación y asombrado del resultado asoció el hecho al sistema utilizado en los kibutz de Israel.

Palabra más, palabra menos, -prometo que en una próxima nota realizaré una historia detallada y bien documentada sobre los invernaderos de Almería- ese fue el origen de lo que hoy es una explosión agro-industrial sin precedentes en la zona.

Miles de hectáreas de tierra hasta hace poco improductiva se han cubierto de plásticos. Las laderas montañosas son abiertas en terrazas que permiten instalar nuevos invernaderos.

El agua no falta pero tampoco se derrocha. Se riega por goteo.

Ciudades pujantes, de importante poder adquisitivo han crecido a la sombra de este río de oro vegetal.

Junto a los invernaderos han proliferado las empaquetadoras y una serie de empresas afines. El círculo crece y Almería se beneficia.

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Hace pocos meses se realizó en la provincia un congreso de mujeres empresarias de Europa y América. La presidenta de la delegación uruguaya, hablando en una emisora local dijo algo que yo suscribo en su totalidad. Porque, como uruguaya, así me he sentido más de una vez.

Ella dijo que sentía vergüenza de que en su tierra (Uruguay) hubiera tanta tierra fértil, tanta agua de regadío, tantas manos para trabajar y su gente sufriera miseria y su país no produjera cuando veía que de un desierto se arrancaba tanta riqueza.

Habría que pensar en qué o en quiénes está la falla que no nos deja hablar de un milagro uruguayo. ¿Será posible hacerlo algún día?

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“Mares de plástico” llaman los almerienses a ese inmenso mar artificial que como si fuera un espejismo aparece ante los ojos atónicos de quienes desde lo alto de las rutas miran los cientos y cientos de invernaderos que uno, junto al otro han cambiado el paisaje de comarca.

“Cajas de estaño repletas de oro vegetal”, así los describí yo en un poema que escribí el día que descubrí su belleza.

 

 

Graciela Vera

Almería,el sur del norte, enero 2003.

 

INVERNADEROS DE ALMERÍA

Prodigio de la Almería nueva,
milagro extraído, kilo a kilo
del seno yermo de tu desierto.
Sílice y sol, lamentos de agua,
eclosión de vida.

Abierta en ríos de savia,
sangre verde que fluye silenciosa,
la simiente orada el basalto
extendiendo su flujo
ladera arriba, hacia las cumbres.

Hombres coraje
plantaron cara al desierto.
Los peñascos se hacen parcelas
y en cada surco hay un ruego callado,
escondido en una babel
que crece sin tiempos.

Cajas de estaño
repletas de oro vegetal,
extraña geometría de plásticos,
ofrenda de un Dios a su creación.
Sorprendente alquimia.
 
                    Graciela Vera 

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