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LA BANDERA

Desde muy pequeña me enseñaron que mi país era un pequeño territorio de la América del Sur que se identificaba en el concierto mundial por su bandera celeste y blanca en franjas horizontales con un sol de cara sonriente en la esquina superior.

Quizás por ese don que tienen los niños de hacer grande aquello que quieren ver grande, yo creía que el mundo entero sentía respeto por la bandera de mi país y que las gentes de todas las naciones la conocían, la identificaban y se sentirían orgullosas de tenerla como propia. Era mía y yo podía jactarme de la importancia que mis años le conferían.

En la escuela entonaba muy alto las estrofas que dicen "… es muy bella mi bandera // nada igual a su lucir // y es su sombra la que buscan // los valientes al morir…", y pensaba como seria morir por defenderla y en la inconciencia de aquellos tiempos me veía convertida en heroína, llorada y recordada por generaciones.

Cuando pasaron los años perdí el entusiasmo por los héroes, pero no por los colores de mi bandera, "Cual retazo de los cielos…..", aun hoy me emociono cuando escucho la marcha que presidió tantas y tan recordadas ceremonias en las que participé siempre henchida de orgullo, aún cuando bajo sus pliegues se cobijaba el desconcierto y la muerte, yo sabía que ella no tenía culpa de lo que los hombres hacían asignándose roles que no les competían.

Entonces las estrofas cantadas contuvieron la bronca de un pueblo sometido por una dictadura que no buscó, pero que algunos trajeron. Pocos hablan de los días previos al golpe de Estado en Uruguay.

Había malestar porque el país había dejado de ser floreciente. Nunca me puse a analizar si todo había sido culpa del gobierno, del pueblo que en lugar de producir se dividía entre los que miraban pasar los acontecimientos y los que protestaban con vehemencia , o de un mundo que iba cambiando y necesitándonos, tanto a nosotros como a nuestros productos, cada vez menos.

Yo no tenia en aquellos años la madurez necesaria para hacer un análisis objetivo de los acontecimientos y la historia se pavonea de izquierda a derecha, según la ideología o los intereses de los que la cuentan.

Pero recuerdo que un día en la Universidad, por encima de la bandera celeste y blanca que tradicionalmente preside todos los edificios públicos y que, orgullosa y respetada también presidió la escuela de mi niñez, alguien izó una bandera roja con una hoz y un martillo.

Después de eso, por muchos años mi país vivió todos los temores y terrores de una guerra entre hermanos, donde las dos partes en pugna decían defender la misma bandera y quienes quedaban en el medio solo pedían vivir en paz bajo la protección esa bandera.

¡Si será importante para un pueblo tener una bandera que la misma enseña unía a quienes estaban tan separados! Presidió los desfiles militares con que el régimen pretendió enardecer el patriotismo de las gentes y fue llevada como estandarte por toda una nación que reclamaba su libertad, y cuando ésta llegó, fue reconquistado blasón de unión.

Durante los últimos años que viví en el Uruguay no le di mayor importancia a la bandera. Nunca hasta ahora había analizado lo que sentía por ella y su recuerdo lo asociaba a situaciones concretas.

No ha sido rechazo ni olvido.

Quizás el simple echo de crecer nos quita el tiempo de analizar los sentimientos que hacen a la nacionalidad. No digo patriotismo porque el término puede ser confundido con patrioterismo, pero la nacionalidad de una persona es algo que le distingue, que le da un lugar entre millones de seres humanos. Es una marca de nacimiento y para muchos es un orgullo y un derecho del que no reniegan… "no reclamo más honor//ni ambiciono mas fortuna//que morir por mi bandera//la bandera bicolor".

Las naciones tienen banderas. Porque la bandera no representa un gobierno, ni siquiera cobija a un presidente o a un rey; la bandera es de la gente que vive en un país, es el legado que le ha hecho la historia y no distingue a nadie. Es la misma bandera para pobres y ricos, para altos y bajos, para jóvenes y viejos.

Mi bandera representa tantas cosas cuyo entorno se difuminaría y perdería si no fuera porque ella las une: libertad, respeto, derechos, leyes, pero también representa familia, amigos, recuerdos.

Mi país esta muy lejos. Su gente sufre una de las peores crisis económicas de su historia. Su gente, la que hoy lo habita, dentro o fuera de sus fronteras, es la que enjugó en su bandera las lagrimas y aceptó extender las manos para seguir andando.

Hoy mi bandera está tan lejos como para que yo pida prestada la suya a este otro país que también sabe de lágrimas, de miseria, de dolores pero que se ha hecho grande, que mira con alegría y seguridad el futuro y que se distingue entre los pueblos libres por la bandera roja y amarilla, "roja y gualda", como dicen los españoles.

Yo, que me siento tan orgullosa de mi bandera celeste y blanca no me siento menos complacida por haber sido acogida por esta otra del color de la sangre y el oro. Encontré que había muchas banderas formando y sosteniendo su grandeza: la verde y blanca de Andalucía; las amarillo y rojo de Aragón, Cataluña e Islas Baleares; las color cielo de Asturias y Melilla; la blanca, azul y amarilla de Canarias; la negra y blanca de Ceuta; las rojas y blancas de Castilla la Mancha, Cantabria y Castilla León; las estrellas de la madrileña; la de cuatro colores de La Rioja o la roja, verde y blanca de los vascos. Fondo rojo para la de Navarra, con franja amarillas la valenciana y un blanco inmaculado cruzado por una diagonal celeste en la gallega. Banderas que lucen orgullosas sus escudos y que representan la esplendidez de territorios y reinos.

Por todo esto no entiendo que la grandeza de un pueblo soberano se humille ante la intolerancia de unos pocos que sienten que no tienen bandera en la que cobijarse ni a la cual honrar, ¿y si no hay bandera que defender, cuáles serán las metas de grandeza que fijamos a nuestro futuro?

No puede la bandera ser utilizada como panfleto partidario. Homenajearla es darle vida a quienes dieron su vida por los ideales que, regados de tantas lágrimas hoy han dado como fruto esta España que no debería desangrarse en tontas expectativas políticas.


Cuando las fronteras ya no se vigilen con fusiles, cuando los pasaportes sean innecesarios para abrazar al hermano, ese día, más que nunca será la bandera de cada país la que hará grande a las naciones y escribirá con su flamear la historia de cada pueblo.

 

 

Graciela Vera

Almería, en el sur del norte, octubre 2002 

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